viernes, 6 de noviembre de 2015

12 de octubre: un momento coyuntural para hablar de identidad



12 DE OCTUBRE
UN MOMENTO COYUNTURAL PARA HABLAR DE IDENTIDAD
Daniel Matul Morales.

Recordamos haber aprendido en nuestros estudios primarios que el 12 de octubre de 1492, un joven genovés llamado Cristóbal Colón llevó a cabo al Descubrimiento de América.


El elogio oficial afirmaba que la empresa de Cristóbal Colón, había permitido a nuestros “paganos” pueblos la oportunidad de ingresar a un mundo civilizado, alcanzar un determinado tipo de “salvación” y abandonar para siempre el estado de barbarie.

Más tarde, con profunda indignación, descubrimos que aquella instrucción intentaba  sembrar en las mentes, la absurda dicotomía superior-inferior; civilizado-salvaje, equivalentes a la insistencia del ahora binomio: desarrollo-subdesarrollo.

El conjunto de valores, concepciones de universo, lenguas, caracteres, orgullos, tradiciones, símbolos, olores, colores, sonidos, sabores, creencias y modos de comportamiento, que hacen posible la textura de nuestra identidad. Fue reprimida como salvajismo y como inferioridad.

La discusión de la intelectualidad europea de aquel entonces, giraba alrededor de si los habitantes de Mesoamérica, eran animales o se podían considerar seres humanos. Juan Gines de Sepúlveda, en el Tratado de las justas  causas de la guerra contra los indios escribió:

 “Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos, son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, y estoy por decir cuánto los monos a los hombres”

La negación de la identidad humana, sirvió para fundamentar el saqueo, el genocidio y la depredación. Españoles, portugueses, británicos, holandeses y franceses se disputaron las fabulosas fortunas. En los primeros 150 años, miles de toneladas de plata y cientos de oro arribaron a España, y potenciaron el incipiente desarrollo comercial y manufacturero de Europa.

La negación de la identidad cultural, fue el pretexto para borrar nuestra historia. En 1562 en Maní, Yucatán, el obispo inquisidor Diego de Landa, en acto cruel de violencia epistémica, incineró la producción científica, literaria, poética y sagrada de los antepasados mayas.

El Dr. Felipe Meneses Tello, investigador  de la UNAM, refiere que fueron   incineradas 70 toneladas de libros. Lourdes Arizpe y Maricarmen Tostado, agregan que además fueron quemados cien mil códices mayas. Acallando las voces de la diferencia, el campo quedaba libre para el dominio, la explotación y la imposición de la homogeneización.

El modelo homogeneizante pervive en la habitualidad del Estado, restringiendo las identidades maya, xinka y garífuna, en favor de la centralización. Negando al otro, se imponen símbolos, cultos, fiestas patrias, héroes, himno, bandera, visión de mundo, idioma; inventos con los cuales, supuestamente, deben identificarse los guatemaltecos.

Se hace creer que Guatemala tiene una sola cultura, una misma identidad, única visión de universo. Sin embargo, desconocer la diversidad ha traído consigo la imposición unificadora, el aliento del racismo, la discriminación, la exclusión, la centralización del poder económico,  político y la violencia epistémica.

La supuesta identidad nacional es el invento, es la fabricación de mitos por encargo, y transferidos como mercancía al resto de la sociedad.

El problema identitario de Guatemala es profundo, la identidad oficial borra las identidades históricas. La identidad inventada busca anular pueblos y culturas, suprimir la historia, impedir expresiones culturales y ejercer violencia epistémica en todos los niveles de la sociedad.

La magnitud brutal colonialista, problematiza la cotidianeidad espiritual, cultural, social, económica y política, agravada hoy en día, no han terminado la extracción de nuestros minerales-.

Junto a ello continuamos subyugados ya ni siquiera a políticas públicas, sino a decisiones personales cuyo propósito ya no es asimilarnos a la sociedad y a la cultura colonialista, sino a uno u otro partido político por míseras regalías cotidianas.

Sin embargo, la implantación de experiencias extrañas, el desprecio a las sustancias culturales mayas, no han podido desestructurar el sentido de pertenencia milenario, y tampoco han quebrado su ontología profunda. Hoy en el presente y hacia el porvenir, nuestras producciones simbólicas continúan operando como arquetipos que presionan al estado y a los centros de poder impuestos en Guatemala, para dar realidad a un modo de ser auténtico.

Quizá y a nuestro juicio, la mayor contribución de la antropología liberadora, consista en asumir  prudente posición para plantear, el auténtico sentido de la identidad nacional  que dé cuenta de lo humano a plenitud en el contexto plurinacional.

La responsabilidad consiste en retomar el hilo de nuestra propia historia, como historia no acabada que busca la realización de su sí mismo negado, que va en busca de su libertad, bajo el amparo de sus mitos y de sus símbolos. La prudencia debe de prevalecer sobre la coacción a fin de permitir la justicia sustancial, por supuesto, requiere del análisis profundo de nuestro ser y sus factibilidades.

Se trata de recuperar y aprender a oír lo más hondo de las diversas nacionalidades, el sentido de sus culturas, para desde ahí producir instituciones coherentes de significado real, que permitan al individuo y sujeto político sentirse en casa. Esto implica delimitar la interacción entre lo uno y lo múltiple, accediendo al juego de la identidad en la diferencia.

Tenemos que ser osados para atrevernos a la recreación de un nuevo sujeto colectivo, donde seguramente se mezclan nostalgia y aventura, negación y afirmación, exterminio y génesis, muerte y transfiguración, dioses y demonios, nacimiento sangriento y poético, pero en todo caso es el caudal de grandes posibilidades que puede inaugurar el camino donde transcurra la escala evolutiva de  las identidades nacionales y fecunde la creencia en la pluralidad de identidades y la creencia de la pluralidad epistemológica.

Por supuesto, el proceso de ascensión de la humanidad nacional es, como el de la Tierra,  es asunto de libre elección, pero como quiera que sea, esta es la única fibra con que contamos para tejer un nuevo destino que se abre hacia el tú y el nosotros, en función de un reconocimiento mutuo y un respeto común.

Ya no podemos continuar recurriendo a la violencia, ya no podemos continuar negándonos los unos a los otros, necesitamos  la palabra y el diálogo para decidir nuestra propia identidad humana.

Debemos de mirar desde nuestra propia mismidad a la otredad, debemos de mirar con simpatía, debemos de mirar con afecto a nuestra sociedad plurinacional y sus múltiples identidades que la han construido. Ya no podemos imaginar al otro como salvaje, como superior, como bárbaro, como desarrollado o como subdesarrollado.

Las universidades ya no pueden permanecer ajenas, cerradas y de espaldas a los cambios culturales necesarios que permitan el desencadenamiento de amplios escenarios dónde todas las mujeres y todos los hombres  podamos concurrir para comprender y expresar el sentido más profundo de la identidad humana, del deber y de la conciencia; del bien social y de la felicidad individual y colectiva.
Gracias.  

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