12
DE OCTUBRE
UN
MOMENTO COYUNTURAL PARA HABLAR DE IDENTIDAD
Daniel
Matul Morales.
Recordamos haber aprendido en
nuestros estudios primarios que el 12 de octubre de 1492, un joven genovés
llamado Cristóbal Colón llevó a cabo al Descubrimiento de América.
El elogio oficial afirmaba que la empresa de Cristóbal Colón, había permitido a nuestros “paganos”
pueblos la oportunidad de ingresar a un mundo civilizado, alcanzar un
determinado tipo de “salvación” y abandonar para siempre el estado de barbarie.
Más tarde, con profunda indignación,
descubrimos que aquella instrucción intentaba
sembrar en las mentes, la absurda dicotomía superior-inferior;
civilizado-salvaje, equivalentes a la insistencia del ahora binomio:
desarrollo-subdesarrollo.
El conjunto de valores, concepciones
de universo, lenguas, caracteres, orgullos, tradiciones, símbolos, olores,
colores, sonidos, sabores, creencias y modos de comportamiento, que hacen
posible la textura de nuestra identidad. Fue reprimida como salvajismo y como
inferioridad.
La discusión de la intelectualidad
europea de aquel entonces, giraba alrededor de si los habitantes de Mesoamérica,
eran animales o se podían considerar seres humanos. Juan Gines de Sepúlveda, en
el Tratado de las justas causas de la
guerra contra los indios escribió:
“Con perfecto derecho los españoles ejercen su
dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo, los cuales en prudencia, ingenio
y todo género de virtudes y humanos sentimientos, son tan inferiores a los
españoles como los niños a los adultos, y estoy por decir cuánto los monos a
los hombres”
La negación de la identidad humana,
sirvió para fundamentar el saqueo, el genocidio y la depredación. Españoles,
portugueses, británicos, holandeses y franceses se disputaron las fabulosas
fortunas. En los primeros 150 años, miles de toneladas de plata y cientos de
oro arribaron a España, y potenciaron el incipiente desarrollo comercial y
manufacturero de Europa.
La negación de la identidad
cultural, fue el pretexto para borrar nuestra historia. En 1562 en Maní,
Yucatán, el obispo inquisidor Diego de Landa, en acto cruel de violencia
epistémica, incineró la producción científica, literaria, poética y sagrada de
los antepasados mayas.
El Dr. Felipe Meneses Tello,
investigador de la UNAM, refiere que
fueron incineradas 70 toneladas de
libros. Lourdes Arizpe y Maricarmen Tostado, agregan que además fueron quemados
cien mil códices mayas. Acallando las voces de la diferencia, el campo quedaba
libre para el dominio, la explotación y la imposición de la homogeneización.
El modelo homogeneizante pervive en
la habitualidad del Estado, restringiendo las identidades maya, xinka y
garífuna, en favor de la centralización. Negando al otro, se imponen símbolos,
cultos, fiestas patrias, héroes, himno, bandera, visión de mundo, idioma;
inventos con los cuales, supuestamente, deben identificarse los guatemaltecos.
Se hace creer que Guatemala tiene
una sola cultura, una misma identidad, única visión de universo. Sin embargo, desconocer
la diversidad ha traído consigo la imposición unificadora, el aliento del
racismo, la discriminación, la exclusión, la centralización del poder económico,
político y la violencia epistémica.
La supuesta identidad nacional es el
invento, es la fabricación de mitos por encargo, y transferidos como mercancía
al resto de la sociedad.
El problema identitario de Guatemala
es profundo, la identidad oficial borra las identidades históricas. La
identidad inventada busca anular pueblos y culturas, suprimir la historia, impedir
expresiones culturales y ejercer violencia epistémica en todos los niveles de
la sociedad.
La magnitud brutal colonialista, problematiza
la cotidianeidad espiritual, cultural, social, económica y política, agravada
hoy en día, no han terminado la extracción de nuestros minerales-.
Junto a ello continuamos subyugados
ya ni siquiera a políticas públicas, sino a decisiones personales cuyo
propósito ya no es asimilarnos a la sociedad y a la cultura colonialista, sino
a uno u otro partido político por míseras regalías cotidianas.
Sin embargo, la implantación de
experiencias extrañas, el desprecio a las sustancias culturales mayas, no han
podido desestructurar el sentido de pertenencia milenario, y tampoco han
quebrado su ontología profunda. Hoy en el presente y hacia el porvenir,
nuestras producciones simbólicas continúan operando como arquetipos que
presionan al estado y a los centros de poder impuestos en Guatemala, para dar
realidad a un modo de ser auténtico.
Quizá y a nuestro juicio, la mayor
contribución de la antropología liberadora, consista en asumir prudente posición para plantear, el auténtico
sentido de la identidad nacional que dé
cuenta de lo humano a plenitud en el contexto plurinacional.
La responsabilidad consiste en
retomar el hilo de nuestra propia historia, como historia no acabada que busca
la realización de su sí mismo negado, que va en busca de su libertad, bajo el
amparo de sus mitos y de sus símbolos. La prudencia debe de prevalecer sobre la
coacción a fin de permitir la justicia sustancial, por supuesto, requiere del
análisis profundo de nuestro ser y sus factibilidades.
Se trata de recuperar y aprender a
oír lo más hondo de las diversas nacionalidades, el sentido de sus culturas,
para desde ahí producir instituciones coherentes de significado real, que
permitan al individuo y sujeto político sentirse en casa. Esto implica
delimitar la interacción entre lo uno y lo múltiple, accediendo al juego de la
identidad en la diferencia.
Tenemos que ser osados para
atrevernos a la recreación de un nuevo sujeto colectivo, donde seguramente se
mezclan nostalgia y aventura, negación y afirmación, exterminio y génesis,
muerte y transfiguración, dioses y demonios, nacimiento sangriento y poético,
pero en todo caso es el caudal de grandes posibilidades que puede inaugurar el
camino donde transcurra la escala evolutiva de las identidades nacionales y fecunde la
creencia en la pluralidad de identidades y la creencia de la pluralidad
epistemológica.
Por supuesto, el proceso de
ascensión de la humanidad nacional es, como el de la Tierra, es asunto de libre elección, pero como quiera
que sea, esta es la única fibra con que contamos para tejer un nuevo destino
que se abre hacia el tú y el nosotros, en función de un reconocimiento mutuo y
un respeto común.
Ya no podemos continuar recurriendo
a la violencia, ya no podemos continuar negándonos los unos a los otros, necesitamos la palabra y el diálogo para decidir nuestra
propia identidad humana.
Debemos de mirar desde nuestra
propia mismidad a la otredad, debemos de mirar con simpatía, debemos de mirar
con afecto a nuestra sociedad plurinacional y sus múltiples identidades que la
han construido. Ya no podemos imaginar al otro como salvaje, como superior,
como bárbaro, como desarrollado o como subdesarrollado.
Las universidades ya no pueden
permanecer ajenas, cerradas y de espaldas a los cambios culturales necesarios
que permitan el desencadenamiento de amplios escenarios dónde todas las mujeres
y todos los hombres podamos concurrir
para comprender y expresar el sentido más profundo de la identidad humana, del
deber y de la conciencia; del bien social y de la felicidad individual y
colectiva.
Gracias.
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