Por Marc Masmiquel
El capitalismo moderno ha
generado en sus cuatro últimas décadas una situación desesperada, pero
no en abstracto, sino aquí en la calle, en la realidad cotidiana, la
realidad para muchas personas. Para reducir la pobreza, que no es otra
cosa que “repartir injustamente el pastel” necesitamos reglas que
nivelen y equilibren.
La economía parece haberse
encaminado hacia un único horizonte posible. Un camino que estratifica
la sociedad y blinda el interés y privilegio de unos pocos. Hay mucha
filosofía política que define el porqué de esta situación. Del mismo
modo hay mucha observación cotidiana que lo hace irrefutable. Otra
cantinela es lo que los medios o los sarcasmos cuentan, pues la realidad
abofetea sin tregua a los más débiles. El sistema político actual
defiende la irresponsabilidad, mediante clientelismos, y otras
estratagema impositivas e incluso amnistías frente a la vergonzosa
práctica de los paraísos fiscales. Economistas como Vicenç Navarro y
Arcadi Oliveres nos alfabetizan frente a tanta cacofonía mediática. Por
eso necesitamos entender y modificar el orden de prioridades. Esta
crisis prefabricada obedece a una plusvalía permitida y promovida para
mantener un modelo productivo y especulativo concreto. La troika
(Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario
Internacional) ha ido apretando tuercas para mantener las cuotas de
surplus que los inversores precisan. Pero todo esto aleja al ciudadano
de los derechos que las constituciones amparan.
Quizá sea necesario repetir lo
que ya hemos oído o leído. La sociedad de consumo en la que vivimos nos
marea a diario con noticias funestas de los límites inherentes del
propio desarrollo y el drama asociado. No sólo sobre poblaciones y
regiones, sino sobre ecosistemas globales. Si observamos en conjunto la
interacción sistémica de los problemas mayoritarios podemos ver crisis
alimentarias, guerras crónicas, creciente pobreza, diáspora constante,
colapsos financieros regulares, un tráfico non stop de armas,
sustracción de materias primas por “grandes empresas”, extracción de
hidrocarburos más allá del peak oil… ingredientes de una sopa tóxica
global y compleja. No importa lo que digan los cínicos, pero
supuestamente la economía debía ayudar a “poder alcanzar los medios
necesarios para vivir, con dignidad, y protegiendo el bien común”. Pero
la inestabilidad laboral, los desastres ambientales, y la depredación de
los recursos energéticos, nos dibujan un diagnóstico y un horizonte muy
diferente. Noam Chomsky explicita el porqué de estos movimientos. De
modo sintético: hay mucha producción y poca distribución, hay mucha
concentración y poca clemencia por los efectos de tales políticas
neoliberales. Tanta producción para preservar unos intereses concretos
es inadmisible, y ahora hablo de lo que el sentido común dicta sobre
ética frente a los otros. Los otros, las personas, los demás, mis
congéneres, ellos y nosotros, la misma cosa, somos lo mismo. Por ende,
para muchos no es admisible, por inanición, miseria o desempleo. Sea al
nivel que sea, las injusticias del lucro son una realidad del mismo
modos que sus efectos colaterales.
¿Hay otro modo de organizarse?
Es posible que si nos enfocamos
en todo lo execrablemente que se han hecho algunas cosas no podamos ver
muchas salidas, a este callejón, o herencia del siglo XX. El
capitalismo moderno ha generado en sus cuatro últimas décadas una
situación desesperada, pero no en abstracto, sino aquí en la calle, en
la realidad cotidiana, la realidad para muchas personas. Podemos ver de
modo patente los efectos en la balanza de pagos de los mal llamados
países pobres, pues objetivamente han sido empobrecidos por planes de
ajuste estructural, que han ido desprotegiendo lo local frente a lo
exterior. Estas tácticas han erosionado los ya de por si graves
precedentes coloniales en la mayoría de economías del mundo, un dumping
permanente y depredador. Así, el neoliberalismo se ha extendido a
velocidad exponencial desde la creación de las instituciones de Bretton
Woods, metamorfoseándose con nuevos rostros, en las autopistas del “free
trade”, tanto en la UE como allende los mares.
Las externalidades de las
operaciones comerciales han sido las responsables de este presunto
“libre comercio” donde las partes que “compiten” no lo hacen en igualdad
de condiciones. No se tiene en consideración el aporte al bien común,
al bienestar real de las poblaciones, ni de productores, ni de
consumidores. El enfoque economicista se centra en ponderar el éxito por
la mera ganancia. Utilizando este rasero, y estableciendo una
manipulación cultural mantenida y dirigida es posible el actual estado.
Es cierto que muchas cosas han mejorado, pero muchas otras han
incrementado la pobreza y miseria de tres cuartas partes de la
población. Algo inadmisible para el que valore la vida y tenga
escrúpulos.
Emparentemos causas y efectos.
Los sistemas que sustentan los
subsistemas económicos y los estados de bienestar y coberturas sociales
van de la mano de la propia evolución de los modelos democráticos. La
polarización de las elecciones en democracia nos han hecho olvidar
muchas veces el propio sentido de las constituciones que los estados
poseen. Estas constituciones han sido fruto de lucha social y
reivindicaciones de y hacia la colectividad. Tengamos por respeto y
decencia la memoria presente, somos herederos de experiencias, ideas,
sufrimientos y esperanza.
¿Es el PIB el medidor adecuado
de temas tan cruciales para todos? Es patente que no, pero a pesar de
ello se sigue computando el éxito de modo sesgado, parcial y para muchos
intencionadamente interesado. El actual sistema de medición de la
excelencia empresarial omite las externalidades, y si bien es cierto que
desde hace unos años hay informes de “responsabilidad social”, es un
hecho tangible que estos parámetros no son vinculantes y por tanto al no
obligar de facto a nada se quedan muchas veces en meras operaciones
cosméticas de lavado de imagen o “green washing”. Los sistemas de RSE
pueden ser instrumentalizados para cubrir consecuencias no deseadas. No
siempre son excusas, pero en muchos casos son utilizados como elementos
de marketing e imagen social. Eso es maquillaje, y el contexto es el de
un mercado capitalista competitivo y agresivo. Sería ingenuo omitir la
deriva semántica de muchos conceptos. La sostenibilidad ambiental es un
buen ejemplo… desde la crisis energética de los ’70 su significado
profundo ha ido mutando. Ahora hasta las grandes corporaciones
trasnacionales son “sostenibles”. No podemos basarnos sólo en palabras, o
en declaraciones, o en informes emitidos por empresas privadas, o
certificaciones ad hoc, es metodológicamente una distorsión, cruel si
sopesamos los efectos de los últimos decenios en el conjunto del globo.
Las corporaciones y las políticas que han patrocinado su expansión han
tenido un comportamiento funesto para todos los biosistemas, hipotecando
el propio futuro de las generaciones venideras. Si pudiésemos entre
todos escoger cómo nos gustaría que la economía se regulase ¿cómo lo
podríamos hacer? Nuestras propias constituciones a grosso modo ya nos lo
manifiestan. El objetivo es el bien común, no “el bien individual de
unos frente al sufrimiento de otros”. Si analizamos cómo se mide el
éxito de las empresas e instituciones veremos la magnitud de la
distorsión… el fetiche del PIB y sus malogradas metas. Tanto esfuerzo,
tanto academicismo para sencillamente no poder llamar a las cosas por su
nombre. Midamos el aporte real al bien común, no usemos raseros
distorsionantes que diariamente fluctúan. ¿Cómo podría usarse una cinta
métrica que cada día fuese diferente? No se puede. Pero con el “valor de
las cosas” lo admitimos. Hay métodos que enmascaran el crimen. Es como
si a un pirata, le “subimos de categoría” y le aceptamos como
contrabandista, y tras los intercambios “adecuados” lo denominamos
“empresario”, y luego “financiero”, después “banquero”, finalmente
“filántropo”. Si sólo medimos el éxito económico por el dinero omitimos
el juicio ético, obviamos la base principal, el cogollo del asunto. Así
se ha hecho sistemáticamente desde hace tiempo. Esta deriva semántica es
la que se ha usado para enmascarar grandes fortunas, hace siglos y en
la actualidad… estos “grandes robos” diría Pierre-Joseph Proudhon (el
ideólogo del apoyo mutuo). Da lo mismo si hablamos de un contrabandista
de Santa Margarita o de un Al Capone de Brooklyn, la esencia es afín. El
sistema económico actual permite este enmascaramiento y esta deriva
semántica y ética de lo que mueve a las empresas. Las más
externalizadoras, monopolistas y agresivas se ven premiadas y ayudadas.
No es nada nuevo, es un tema
recurrentemente analizado por la filosofía política. Para Aristóteles
una democracia debería ser plenamente participativa y su meta debería
ser buscar el bien común. Aristóteles planteó dos soluciones: reducir la
pobreza o reducir la democracia. Reducir más la democracia es
inaceptable. La ética que busca el bien común en la realidad quiere
ampliar los límites de nuestras democracias, y reducir la brecha entre
las personas.
Necesitamos reglas que nivelen y equilibren
Para reducir la pobreza, que no
es otra cosa que “repartir injustamente el pastel” necesitamos reglas
que nivelen y equilibren. Y no puede ser con los aportes de PIB, de
hecho el PIB aumenta cuando alguien muere, no habla de distribución, no
indica el bienestar de las personas, estadísticamente es un herramienta
burda y grosera. Muy por delante se encuentran otros multi-indicadores
más precisos y menos conocidos por los administradores. La prensa salmón
lo deja claro: la economía real actual mide el éxito económico, para
ello utiliza valores o indicadores monetarios como el producto interior
bruto y los beneficios, instrumentalizan esta medición para sus propios
intereses. Estos indicadores no nos dicen nada sobre si hay guerra, se
vive en una dictadura, si sobreexplotamos el medio, si se respetan los
derechos humanos… De la misma manera una empresa que tenga beneficios no
nos indica nada sobre las condiciones de sus trabajadores ni sobre lo
que produce ni cómo lo produce. No dice nada de si ha destruido trabajo
local, si gracias a su externalización de la producción ha contaminado y
esquilmado biosfera. Veamos equivalencias: un sistema que oculta el
crimen es criminal. Un método que oculta la falta es manipulador y
cómplice. Por tanto ante la histeria actual de vaivén bursátil cabe
poner en duda de qué crisis nos están hablando los medios…
Se precisan indicadores
adecuados, pero no sólo para medir, sino para modificar las casuísticas
que han inducido tales condiciones. Indicadores mejor orientados hay
muchos, desde el IDH (Índice de Desarrollo Humano), al coeficiente de
Gini, o el reciente IWI (Inclusive Wealth Index o Índice de
Enriquecimiento Inclusivo), pasando por el índice de Felicidad Bruta
Interna de Bhután, o el preciso (y no tan conocido) Índice de Progreso
Genuino (GPI). Este artículo pretende introducirnos otro, el Balance del
Bien Común, que aglutina una medición precisa de indicadores concretos
en 5 bloques: Dignidad humana, Solidaridad, Sostenibilidad ecológica,
Justicia social, Participación democrática y transparencia. Para
operativizarlo usamos lo que denominamos la Matriz del Bien Común 4.0.
Absurdo sería ser ingenuos
Si esperamos que las empresas
por si solas nos conduzcan hacia estos nuevos derroteros es difícil que
los cambios vengan solos. Cuando grupos de poder defienden privilegios
concretos las cosas no cambian. Cuando las personas recuperan su
capacidad de decisión y se utilizan las herramientas adecuadas hay
esperanza.
No podemos olvidar la tendencia
de las corporaciones, como muy bien explica el documental The
Corporation, la empresa multinacional moderna amparada por el estatus de
persona jurídica, ha ido adquiriendo derechos propios de los seres
humanos como personas físicas. Esto ha llegado hasta un grado de
paroxismo tal que si evaluásemos la conducta social de las empresas
utilizando los criterios psiquiátricos con los que un psiquiatra
evaluaría la salud mental de un individuo cualquiera (a partir de los
criterios del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales DSM-IV) las prácticas corporativas examinadas encajarían con
los síntomas que el DSM-IV considera definitorios de la psicopatía. En
suma: no es de la mano de psicópatas que podremos modificar el estado
actual.
La Economía del Bien Común es
una alternativa real al capitalismo de mercado y a la economía
planificada. Más de 850 empresas, en más de una decena de países ha
decidido actuar de otro modo. Medir de otra manera el éxito. La Economía
del Bien Común es un proyecto económico abierto a las empresas y
promovido por el joven economista austríaco Christian Felber (cofundador
de ATTAC en Austria) que pretende implantar y desarrollar una verdadera
economía sostenible y alternativa a los mercados financieros en la que
necesariamente tienen que participar las empresas.
En 2010 junto a un grupo de
empresarios se inició el desarrollo práctico del modelo de Economía del
Bien Común como una alternativa al capitalismo de mercado. Los
principios legales de la Economía del Bien Común ya están presentes
según Felber en muchas constituciones y normas legales, que recogen el
principio según el cual la actividad económica debe servir a los
intereses generales y al bien común o bien público. La implantación de
la economía del bien común busca adaptar la economía real capitalista
(en la que priman valores como el afán de lucro y la competencia) a los
principios constitucionales. La economía del bien común debe regirse por
una serie de principios básicos que representan valores humanos:
confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad,
generosidad y compasión, entre otros. Un giro copernicano a lo que
aturulla a la mayoría de la población. Un cambio realizable y en plena
sintonía con los movimientos sociales efervescentes desde hace mucho y
de modo más patente los años recientes. La indignación de muchos puede
manifestar una acción práctica y real ahora mismo, este proyecto reúne
procedimientos e inspiración. Si hubiese un referéndum mañana lo
veríamos claro, no nos engañemos, la mayoría de las personas espera un
nuevo orden económico, algo diferente a lo que conocemos. La Economía
del Bien Común cubre los elementos básicos de un sistema de orden
económico alternativo y está abierto a la sinergia con sistemas
similares. El objetivo concreto es el de crear un marco legal vinculante
para la creación de valores de orientación empresarial y particular
hacia el Bien Común, que dé incentivos a sus participantes. Para ello se
usa un poli-indicador que mide el aporte al bien común, por medio de
una matriz, y de este modo de realiza un Balance del Bien Común (BBC),
obteniendo un valor que anualmente debe verificarse. Por este motivo el
municipio es el núcleo territorial y local donde el BBC puede
implementarse. Es un proyecto tangible, realizable y mensurable.
La iniciativa de la Economía
del Bien Común, es joven, pero está apoyada por muchas organizaciones,
simpatizantes y empresas adscritas, comenzó en octubre del 2010, y en
apenas dos años ha generado un incipiente avance lleno de energía y
esperanza. Desde entonces el movimiento ha aumentado constantemente. Más
de cien empresas pioneras realizaron voluntariamente en el 2011 por
primera vez el “Balance del Bien Común”. Ya hay municipios,
universidades, escuelas, asociaciones, empresas de todo tipo y en
conjuntos unos 4000 simpatizantes (851 Empresas, 58 Políticos, 147
Organizaciones, y 2854 Particulares). Para lo contundente de sus
principios es todo un éxito, tanto en propagación internacional como en
el sistema interno de retro-alimentación. No se sigue un manual cerrado,
cada una de las etapas del proceso está abierta a opiniones e
implicaciones. Hay un comité científico, hay asesores de muchos países,
hay profesionales entregados a propagar la idea, porque al margen de
todo, el “argumento de esta película” es urgente y necesario. La
injusticia y el oportunismo no son caminos adecuados. Usemos criterios
serios, usemos un balance serio y profundo, con indicadores que midan la
inclusión de las personas en la sociedad. No palabras, analicemos
resultados, un sistema de medición que nos sirva de brújula, no de
justificación. Si hay ideas, la puerta está abierta. La novedad de este
proyecto es que adolece de burocracia, avanza a fuerza de razonamientos y
está abierto a colaboración permanente.
Y todas las aproximaciones al
proyecto son consideradas. Para los defensores de la economía del bien
común aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben
obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a los valores del
lucro y la competencia actuales. El balance del bien común mide como una
empresa “vive”: la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social,
la sostenibilidad ecológica, la democracia con todos sus proveedores y
clientes. Finalmente, la evaluación de esos valores podrá permitir al
consumidor escoger los productos. Y a los municipios adscritos a este
proyecto premiar o no a las empresas que aporten más o menos al bien
común. Modificando el panorama actual, que hace que las corporaciones y
empresas que priorizan la producción barata tengan el monopolio. Si el
sistema favorece empresas irresponsables el comercio y el consumo son
irresponsables. Si el sistema empieza a empoderar a los que aporten al
bien común iremos modificando paso a paso las propias causas de la
pobreza estructural. Son cambios sustanciales.
De este modo es un movimiento
abierto a los resultados, y se puede desarrollar un proceso en
crecimiento local con consecuencias globales. Teniendo como objetivo
sinergias con principios similares. En este sentido, todos sois
invitados cordialmente a participar en el proceso de desarrollo de una
Economía del Bien Común.
El procedimiento se basa en
equipo locales regionales, llamados “campos de energía” que propagan la
idea entre empresas, asociaciones y municipios. En las Islas Baleares
hay un grupo de trabajo específico coordinado con el resto del
movimiento de la economía del bien común.
En síntesis la propuesta de la
economía del bien común nos invita a tripular la vida desde otro lugar,
en realidad, desde otra velocidad, desde otra rima. Es cierto, no son
cosas nuevas, son más bien antiguas, pues la vida es antigua, y el
equilibrio es lo que mantiene la integridad celular, y a otra escala la
biosfera estable. El movimiento se demuestra andando, y la economía del
bien común nos puede hacer bailar a un nuevo son. La reciprocidad y el
apoyo mutuo pueden darse, pero para ello hay que dar pasos conscientes,
este proyecto es una sana invitación a ello.EcoPortal.net
Revista Namaste
http://www.revistanamaste.com
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