IDENTIDAD, IDENTIDADES Y CIENCIAS SOCIALES CONTEMPORÁNEAS; CONCEPTOS,
DEBATES Y RETOS"
Dra. Carolina de la Torre Molina.
Introducción
Ante todo
quiero agradecer la invitación que esta Facultad de Psicología de la
Universidad Católica de Oriente me ha hecho. No es la primera vez que tengo el
placer de compartir con ustedes y esto me hace sentir muy orgullosa, sobre todo
por la calidad académica y la vocación de servicio de esta institución; también
por mi condición de medio "paisa".
Yo pretendo,
en esta presentación, aproximarme a la importancia de las identidades -y de las
teorías de identidad- para el tema que nos ocupa, enfatizando el hecho de que,
siendo la identidad un concepto muy transdisciplinario, la psicología ocupa un
papel sobresaliente en su explicación, estudio e investigación. Trataré de
comentar algunos conceptos y debates sobre las identidades y sus procesos de
construcción, así como los retos que las identidades nos plantean.
Vivimos en
un mundo impregnado de permanentes procesos de identidad, aunque no sean
siempre reconocibles, obvios o evidentes. Desde los fenómenos más simples,
hasta los más dramáticos problemas internacionales, la identidad es una de las
más sobresalientes expresiones de nuestra cultura.
El modo en
que organizamos nuestras vidas, la forma en que nos vestimos, nuestras maneras
de construir y modificar el entorno, los diversos trabajos que desempeñamos
para ganarnos la vida, los valores y creencias, las maneras de relacionarnos
con los otros, las narraciones sobre nuestras vidas e historias, por solo poner
algunos ejemplos, están marcados por los procesos de identidad, tanto de las
identidades individuales como de las colectivas.
Además, sin
subestimar en absoluto la importancia de los factores económicos y políticos
que están en la base de casi todas las tragedias del mundo actual, debemos
recordar que los más terribles enfrentamientos y conflictos de hoy en día se
relacionan (y/o se manipulan) desde las contradicciones y desacuerdos
históricos y culturales entre diferentes grupos de identidad. Pero no solamente
falta tolerancia y comprensión entre unos grupos y otros (pienso en géneros,
etnias, partidos políticos, culturas, religiones, naciones, civilizaciones;
incluso seguidores de unas teorías o de otras); faltan también identificaciones
y sentimientos de identidad universal -o terrenal como nos ha alertado Morín
(1999). Esto, indudablemente, contribuye a la creciente preocupación actual por
las dinámicas de identidad.
De todos
modos, el interés por las identidades (no importa con qué concepto se
identificaran) es tan antiguo como el diálogo y la confrontación entre
culturas; y tiene una historia académica y científica específica que ya pasa de
medio siglo, desde los trabajos de Eric Erikson durante y después de la Segunda
Guerra Mundial (1959, 1968, 1974).
Nos
pudiéramos hacer, para empezar, algunas preguntas generales, muy a tono con
algunos debates actuales:
- ¿Es la identidad, todavía, en estos tiempos post- modernos, un tema de interés para las ciencias sociales y la educación?
- ¿Qué se entiende por identidad?
- ¿Podemos hablar de diversos tipos de identidades?
- ¿Cómo se construyen las identidades?
Hay muchos
otros interrogantes. Están relacionados con la influencia de los procesos de
globalización y saturación en las identidades, la velocidad de los cambios
culturales, los conflictos y transformaciones identitarios que generan las
nuevas realidades latinoamericanas -tanto urbanas como rurales- y el modo tan
desigual en que todo esto impacta a los diversos sectores de la sociedad.
Cualquiera de estos temas sería suficiente para un debate transdisciplinario
especial. El solo asunto del cambio vertiginoso ha sido resaltado desde hace
años. Torregrosa, por ejemplo, ha señalado, hace ya varios años, que el
esfuerzo requerido de la persona para mantener un sentido de identidad propia
en estas condiciones cambiantes "puede exceder su umbral de tolerancia, o
la capacidad de sus mecanismos de adaptación" (1983, p. 218).
Importancia de las identidades y de las teorías de
identidad
Vamos a ver
la primera interrogante. En el momento actual se pueden encontrar -con la misma
intensidad- artículos y teorías académicas que se inclinan por pensar que en un
mundo globalizado y postmoderno las identidades (sobre todo las nacionales) y
los debates sobre ellas no resultan procedentes porque están algo así como en
"fase Terminal" (ver Billig, 1998), así como otros, los más, que los
encuentran muy necesarios sobre todo en el contexto de la globalización (por
ejemplo, Marínez, 1999; Castells, 1998; Giddens, 1995, 1999; Dieterich, 2000;
Touraine, 1997, 2006; García Canclini; 1995, 2003; Martín Barbero, 1995, 2002;
Munné, 2000; Tablada, 2005). Stephen Reicher, incluso, considera que si hay una
tendencia que pueda caracterizar a las ciencias sociales como un todo, es la
preocupación por las dinámicas de identidad (Reicher, 1993; Reicher, S.,
Hopkins, N., Levine, M. y Rath, R., 2005).
Los primeros
consideran que las identidades van desapareciendo porque todos somos hoy
bastante similares hasta en nuestros cambios.
De todos
modos, incluso concentrándome en la psicología, este presunto desvanecimiento
de las identidades resulta muy relativo y superficial, sobre todo porque no se
está hablando en un sentido antropológico, sino desde la perspectiva del nuevo
mundo cómodamente globalizado para los pocos que pueden "almorzar en New
York y cenar en Tokio", con la mirada de Davos y el optimismo infundado
que piensa las identidades individuales desde la multiplicidad de 'otros' que
cantan diferentes melodías en nuestro interior (Gergen, 1992). Pero ¿alguien se
cree que el mundo actual realmente tiende a igualarnos a todos más allá de la
imagen del campesino fragmentado que pastorea su vicuña con Adidas viejos y
toma Coca Cola? ¿o del pueblito tradicional con sus contornos desdibujados por
la torre publicitaria del mall? Claro que no, la realidad
latinoamericana está inundada de niños que desayunan inhalantes, almuerzan
sobras y regresan a sus casas cada noche ansiosos de una cena, tal vez su
última cena, porque es un milagro que el pobre pueda repetir al otro día el
miserable ciclo; e incluso que el rico no se vea amenazado por la misma
pobreza.
Por suerte
lo que predomina es la comprensión de que se trata de una creciente
diferenciación, pero no de la manera "buena" que favorece la
multiculturalidad con igualdad, justicia, paz y respeto a los derechos humanos,
sino de la manera "mala": injusta, violenta y fragmentadora del yo.
Hay muchos que desalientan los debates de identidad por el temor justificado a
que se utilice como pretexto de mayor violencia e incomprensión.
En fin,
podemos estar seguros de que los asuntos de identidad se discuten más que
nunca, aunque la distancia entre los discursos académicos, populares y
oficiales sea mucho más grande de lo que puede apreciarse a primera vista. Como
todos construimos, pensamos y vivenciamos nuestras identidades, así como la
necesidad y los conflictos de identidad, cualquier madre, padre, maestro o
investigador habla de la identidad como algo que es tan evidente como nuestra
propia existencia; algo de lo que no hace falta un conocimiento especial. Esto
puede estar bien, porque todos pensamos y construimos el conocimiento, pero si
se trata de investigación social, de psicología, hace falta trabajar y debatir
los conceptos para aprovechar mejor la experiencia de otros.
Los
científicos sociales han nombrado y pensado las identidades de muy diversas
maneras, especialmente como necesidad:
- Necesidad de un fuerte sentido de identificación grupal (Lewin, 1948).
- Necesidad de raíces e identidad (Fromm, 1941, 1956, 1974).
- Necesidad de mantenimiento existencial y de integración universal (Nuttin, Pieron, Buitendijk, 1965).
- Necesidad de un sentido de pertenencia y de autoconcepto positivo (Tajfel , 1984).
- Necesidad de conocernos a nosotros mismos y de ser reconocidos (Rogers, 1961, 1980).
- Necesidades básicas de autodeterminación, protección y dignidad (Kelman, 1983).
- Necesidad de identificarnos a nosotros mismos y de argumentar narrativamente estas identificaciones y su continuidad (Marco y Ramírez, 1998).
- Necesidad, individual y social, de continuidad entre el pasado, el presente y el futuro (Pérez Ruiz, 1992).
- Necesidad de procesos de construcción de sentidos (Castells, 1998, 2005).
Pero, no
importa cómo se le llame ni qué aspectos se enfaticen –la autoimagen, la
búsqueda de sentido, el auto respeto, la libertad, la autocategorización, la
pertenencia, la reflexividad o la narración- parece ser que, a pesar de la
resistencia de algunos que defienden a ultranza las posiciones construccionales
radicales (del constructivismo y construccionismo)* , las personas siguen
necesitando de la sensación de relativa estabilidad que proporciona la
identidad individual. También del sentimiento y percepción de pertenencia a diversos
grupos humanos que se ven a sí mismos con cierta continuidad y armonía, dadas
por cualidades, representaciones y significados construidos en conjunto y
compartidos (De la Torre, 1995, 2001). Claro que la complejidad, durabilidad,
profundidad y sentido de estas identificaciones puede ir desde el pertenecer al
club de fans de la Charanga Habanera, hasta sentirse parte de los sin
tierra, de la comunidad latinoamericana, o de la identidad universal del ser
humano. Pero las grandes identidades no necesariamente se contradicen con las
otras, por muy complejas que sean las maneras en que se relacionen. También
debe decirse que muchas veces, unas incluyen a las otras; un ejemplo es lo que
se refiere a la territorialidad: habanero, cubano, latinoamericano, ciudadano
del mundo.
Lo cierto es
que los rasgos compartidos (no importa cómo hayamos construido las percepciones
de igualdad y continuidad) nos hacen sentir como "peces en el agua"
dentro de nuestros diversos grupos de pertenencia, así como relativamente
diferentes a otros, todo lo cual debería hacer a nuestra humanidad más rica y
no más violenta. Pero ahí está parte del problema; es sorprendente lo fácil que
resulta a todos comprender que la naturaleza es más rica en la medida en que se
conserven todas sus especies, que los bosques son más bosques en la medida en
que las plantas sean más diversas y la fauna que los habita no los abandone.
Sin embargo, la intolerancia a la diversidad humana no parece estar a la altura
de los avances en las ciencias humanas. Las instituciones educativas y sociales
deberán centrarse más, como nos alertó Edgar Morín (1999), en la condición
humana, permitiendo que hombres y mujeres de estos tiempos, tan difíciles,
podamos reconocernos en lo común, y, al mismo tiempo, en la diversidad cultural
inherente a todo cuanto es humano. También necesitamos identificar nuestras
producciones culturales como propias, ya que al reconocernos en ellas
aumentamos nuestra autoestima y desarrollo espiritual. Para lograr esto,
considero que hay que devolverle al humanismo (más allá de sus protagonistas o
errores concretos) el valor que, en la cultura actual, ciertos paradigmas
tratan de desacreditar.
En fin,
lejos de perder importancia, el tema de las identidades ha captado el interés
de todos, ya sea que hablemos de las identidades individuales y colectivas, o
de la identidad de los productos culturales; lo mismo pensemos en nuestros
ambientes inmediatos, que en nuestra identidad terrenal.
El concepto de identidad
En cuanto a
los conceptos, sería muy largo reconstruir los caminos a través de los cuales
he tratado de estudiar diversas aproximaciones a las identidades.
Hay, por
ejemplo, una idea que está implícita o explícitamente presente en casi todas
las definiciones; es la relación de la identidad tanto con la igualdad como con
la diferencia y la otredad. Así mismo, los procesos de identidad se relacionan
con otras dimensiones como continuidad y ruptura; lo "objetivo" y lo
subjetivo; las fronteras y los límites; el pasado, el presente y el futuro; lo
homogéneo y heterogéneo; lo que se recibe de otras generaciones y lo nuevo que
se construye; lo cognitivo, lo afectivo y lo conductual; lo consciente e
inconsciente; etc. Ninguna de estas dimensiones puede ser desarrollada aquí, pero
mencionarlas nos sirve para fundamentar el carácter complejo de las identidades
y la conveniencia de pensar los polos que la atraviesan, no de manera simple y
lineal, sino dialéctica, transdisciplinaria y, sobre todo, compleja (Morín,
1994, Munné, 2000).
Pero esto no
impide que entre los discursos de identidad, especialmente los discursos
oficiales, podemos encontrar decenas y cientos de referencias a la necesidad de
"rescatar", "ser fiel", "mantener",
"conservar" o "enseñar" literalmente las identidades
y la pureza de las culturas, lo cual no es solamente imposible, sino
inadecuado.
Ahora hace
falta dejar claro, al menos, un asunto psicológico que es fundamental para
continuar con la importancia de las identidades. Las identidades también pueden
ser entendidas como una expresión del proceso cognitivo de categorización, que
ayuda a los sujetos a entender, poner en orden, regular y construir las
representaciones del mundo en que vivimos para que nos resulte más predecible y
menos confuso.
Categorizar,
en fin, es agrupar bajo un mismo nombre objetos que son, de alguna forma,
diferentes; puede entenderse como sinónimo de construir conceptos que ayudan a
marcar fronteras de identidad, a pesar de la compleja dualidad entre
homogeneidad y heterogeneidad y del peligro que implican la simplificación y
los estereotipos sociales. La categorización es una ayuda o "ahorro"
cognitivo que nos facilita la compresión y ubicación en grupos (cubana,
montañero, guajira, desplazado, desechable, intelectual, maestro, postmoderno,
antioqueña). Muchas categorías pueden aparecer juntas y tener diversas maneras
de interacción o subordinación; también mayor o menor grado de implicación
valorativa o discriminatoria. La cuestión, de todos modos, es que aunque el
mundo sea complejo, las personas buscan categorizaciones que las ayuden a
entender, colocarse y relacionarse con el ambiente.
Tratando de
recapitular y de generalizar se puede decir que "cuando se habla de
identidad de algo, se hace referencia a procesos que nos permiten suponer que
una cosa, en un momento y contexto determinados, es ella misma y no otra
(igualdad relativa consigo misma y diferencia –también relativa- con relación a
otros significativos), que es posible su identificación e inclusión en
categorías y que tiene una continuidad (también relativa) en el tiempo". (De
la Torre, 2001, p. 47). Todo lo cual, por cierto, no implica ninguna concepción
estática, fundamentalista o esencialista. En el caso de las identidades
subjetivas (porque la definición anterior es muy general y vale lo mismo para
la música salsa, el arte gótico o un movimiento social) es necesario añadir que
no solamente un individuo –o grupo- es el mismo y no otro, sino, sobre todo,
que tiene conciencia de ser el mismo y no otro en forma relativamente coherente
y continua a través de los cambios.
Todas estas
características, especialmente las que tienen que ver con las fronteras y
límites en las identidades, cobran sentido en los contextos en que ciertos
significados fueron construidos (Berger y Luckman, 1968) y dotados de cierta
"facticidad objetiva" por procesos subjetivos y lingüísticos que
dialogan con la realidad. Ignorar esto nos haría imposible el menor acercamiento
a la problemática de las identidades que van cambiando, surgiendo y
desapareciendo cada vez con más rapidez.
Entonces, la
identidad no es algo que está ahí, esperando a ser "descubierta".
Cualquier identidad necesita ser pensada, reconocida, establecida y aceptada
–negociada algunos dicen- en un proceso práctico y de comunicación humana, que
se lleva a cabo a través de interacciones discursivas y de la actividad –en el
sentido de la tradición de Vygotsky (1979) y Leontiev (1981). Un ejemplo, poco distante,
pero muy contemporáneo, es el de la construcción de la Unión Europea, que, por
cierto, no ha planteado pocos retos a las identidades. (Morín, 1989).
Profundizando
en las identidades específicamente humanas, las personas no solo estamos
conscientes o percatadas de nuestras igualdades y diferencias con otros, de
nuestras particularidades, tenemos también la habilidad o cualidad conocida
como reflexividad, la cual, para muchos autores, es lo que permite a individuos
y grupos llevar una crónica particular de sus vidas y repensarse a sí mismos
(Bruner, 1991; Jenkins, 1996; Giddens, 1995).
Pero no solo
el pasado es valorado. En un sentido más amplio, la reflexividad es nuestra
habilidad de mirar al pasado y modificar el presente de acuerdo al mismo, o de
modificar el pasado (o nuestra narración del pasado) de acuerdo a la valoración
de nuestro presente. En presencia de "otros" significativos y de
nuevas circunstancias es imposible que no se incremente nuestro awareness
acerca de la identidad, especialmente cuando lo que parecía natural y estable
se ve violentado, reprimido o invadido por factores humanos, tecnológicos o
simbólicos muy ajenos e incongruentes. También, como hace apenas unos días ha
dicho Humberto Maturana aquí mismo en Medellín (2007), la reflexividad se
favorece con las propias equivocaciones, por los errores; porque sin error, no
puede haber reflexividad.
Por último,
nuestro pensamiento reflexivo también tiene que ver con nuestra pertenencia a
grupos. A tal extremo que Henry Tajfel ha definido nuestra identidad social
como la parte del autoconcepto individual que tiene que ver con estas
pertenencias, junto con la apreciación y significado emocional asociado con la
mismas (1984, p. 292).
Más allá de
dejar claro que todas las identidades son sociales y que prefiero hablar de
identidades "individuales y colectivas" en lugar de
"individuales y sociales", debo decir que el conjunto de identidades
colectivas de cada sujeto –nacional, de género, de clase, religiosa, étnica, profesional
y todas aquellas no tradicionales que surgen día a día a propósito de la misma
exclusión o de la influencia de los medios- aunque puedan estar disponibles
para todos, en un mismo espacio y tiempo, constituyen una especie de gestalt
particular que es única. En gran medida, esta manera particular de
combinarse, pensarse, expresarse y narrarse nuestras pertenencias a unas y
otras categorías y grupos, es nuestra identidad personal. A tal extremo lo
personal es social.
La
posibilidad de cambio en las inclusiones grupales y en los sentimientos de
pertenencia es enorme e implica, para cada persona, no una asimilación pasiva
de los valores y normas que le "enseña" la escuela y la sociedad,
sino una activa incorporación y construcción, con el apoyo de interacciones,
resignificaciones discursivas de la historia personal y uso de los procesos de
memoria y reflexividad.
Algunos
autores actuales prefieren, en beneficio del carácter activo del sujeto, hablar
de "actos de identificación", intencionales, direccionales y situados
en escenarios particulares, en los cuales las personas, lejos de ser
"recolectoras de su pasado" son narradoras que moldean y reconstruyen
constantemente el mismo, integrándolo al presente y proyectándolo al futuro, en
beneficio del sentido de continuidad (Rosa, Bellini, y Bakhust, 2000).
Con lo dicho
hasta aquí, es posible pasar a una definición más limitada y a la vez más
compleja de identidad; la de las identidades humanas. "Cuando se habla
de la identidad de un sujeto individual o colectivo hacemos referencia a
procesos que nos permiten asumir que ese sujeto, en determinado momento y
contexto, es y tiene conciencia de ser él mismo, y que esa conciencia de sí se
expresa (con mayor o menor elaboración o awareness) en su capacidad para
diferenciarse de otros, identificarse con determinadas categorías, desarrollar
sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer narrativamente
su continuidad a través de transformaciones y cambios" (De la Torre,
2001, p. 82). Dicho muy en breve, es la conciencia de mismidad.
Para llegar
aquí, he tratado de incorporar, desde una comprensión bastante abierta,
inspirada en Vygotsky (que es un aporte teórico que lo posibilita), las
contribuciones de los cuatro enfoques principales que veo en el estudio de las
identidades* , especialmente las colectivas. Solamente los voy a mencionar por
su frecuente uso en la bibliografía psicológica, porque ya los he tratado de
integrar anteriormente:
- Enfoques "objetivos" (que responden a preguntas acerca de cómo son determinados grupos).
- Enfoques subjetivos basados en la autopercepción (cómo se definen determinados grupos).
- Enfoques –subjetivos también- pero basados en la autocategorización y pertenencia (de qué grupos me siento parte).
- Enfoques discursivos (qué discurso de identidad caracteriza a un grupo, un partido, una religión, un movimiento, etc.).
Casi nadie
-a no ser desde posiciones muy naif- utiliza científica y exclusivamente
el enfoque objetivo, aunque está necesariamente implícito en los otros. Sin
embargo, para algunos la defensa del enfoque discursivo es radical, hasta el
extremo de pensarse, por ejemplo, que no hay identidades, sino "discursos
de identidad". Para otros, es posible analizar como una realidad lo que
está "detrás del discurso" (ver debates en Gordo, y Linaza, 1996). De
todos modos, aunque este no sea el tema en que debo detenerme, la aparición de
los enfoques discursivos ha revolucionado la manera de pensar en psicología y
educación, así como el autoritarismo de las verdades únicas acerca de los más
diversos temas humanos y educativos (García-Borés, 1996). Yo considero que unos
y otros enfoques –o más bien, los aspectos que unos y otros enfoques
distinguen- son todos indispensables, se relacionan y se necesitan de múltiples
maneras; no se excluyen radicalmente si no se les trata con rigidez y
dogmatismo.
La construcción de las identidades
Veamos ahora
algunos aspectos sobre el proceso mediante el cual se forman las identidades
individuales y colectivas. En la actividad y la comunicación con la familia, la
escuela y el resto de la sociedad, tiene lugar un proceso de internalización y
apropiación de herramientas culturales como el lenguaje, las habilidades, las
representaciones compartidas y los significados. Este proceso ocurre tanto para
los individuos como para los grupos, pero NUNCA es unidireccional, ni mecánico
o exclusivamente cognitivo.
Me gustaría
enfatizar, mirándolo de un punto de vista humanista e histórico cultural, que
en la interacción y comunicación con otros y con el ambiente natural y
material, las personas desarrollan formas creativas y personales de
relacionarse con el ambiente.
Las formas
verbales y no verbales de comunicación, los significados y sentidos
compartidos, las memorias pasadas, los símbolos, los valores, las actitudes,
las tradiciones, los hábitos, las costumbres, los gustos, los prejuicios, hasta
las expectativas futuras, son recibidos por los niños y niñas en crecimiento, y
por los jóvenes, a través, primero, de los adultos cercanos que cuentan e
interpretan las experiencias pasadas, y luego, por nuevas y variadas
influencias en la escuela, el trabajo, los amigos, la comunidad y los medios
por supuesto. A veces, sobre todo para los que viven en zonas rurales muy
atrasadas, es tanta la incongruencia y diversidad en los mensajes y la falta de
preparación e información general, que resulta muy difícil para ellos funcionar
como receptores activos y críticos de los mismos.
Muy temprano
los niños participan en "prácticas sociales del recuerdo" (Rosa,
Bellini, y Bakhust, 2000) tales como rituales, paradas, festividades populares,
visitas a monumentos y celebraciones, mediante las cuales se establecen
vínculos y se asumen como propias algunas memorias. Hasta las memorias más
personales pueden ser recordadas u olvidadas por acción de los adultos que
"seleccionan" qué se retrata, se dice, se silencia o se celebra. Tal
puede ser el poder de las familias e instituciones. Pero, a pesar de la fuerza
y de los adultos y figuras de autoridad como los maestros, no tienen el poder
suficiente para manipular totalmente la memoria y las identidades; hace falta
la experiencia personal. Sin experiencias personales significativas, las
palabras y la participación en rituales pueden tener un efecto nulo. Hasta un
conductista como Bandura dejaba claro que no bastaba colocar el modelo delante
del alumno, sino que hacía falta identificación con el modelo para que se
imitase (Bandura y Walters, 1963).
Por otro
lado, aunque las personas tengan experiencias personales muy significativas y
estén insertadas en grupos que también las compartan, tampoco esto basta para
garantizar la memoria y la identidad colectiva. Hace falta un nivel adecuado de
participación de cada cual, así como de satisfacción de ciertas necesidades
dentro de los grupos, para que se desarrolle el sentimiento de pertenencia y la
identidad individual y grupal.
Así, las
interacciones sociales, la participación y las experiencias personales de los
sujetos, además de las influencias de la historia y el poder, son todos
elementos importantes e inseparables para la construcción de las identidades
personales en la actividad, aunque durante el transcurso de la vida unos u
otros factores puedan cambiar su significación o peso. Este mismo principio
vale para la construcción de identidades colectivas. Y, cuando hablo de
construcción de nuevas identidades colectivas, no me refiero específicamente a la
inclusión de un sujeto en una identidad ya existente (en la familia, en una
religión, en una banda o en un equipo), sino a la construcción de nuevas
categorías de identidad. A veces, nos cuesta mucho trabajo aceptar las nuevas
construcciones identitarias o entender la necesidad de las mismas, casi siempre
puestas de manifiesto a través de una nueva categoría; también a los
científicos sociales, a pesar de todo lo que sabemos de teoría. En La Habana,
aunque no me propongo desarrollar la situación cubana, a veces reviso trabajos
e investigaciones donde se estudian "muestras" acorde a sexo, edad,
barrio, escolaridad, ingresos, etc. Sin embargo, en un reciente estudio de
mercado que realicé, no solamente encontré muchas diferencias con respecto a los
rasgos compartidos, las categorizaciones, pertenencias y discursos de identidad
de los jóvenes con respecto a mis trabajos hasta el 2000, sino también una
pluralidad de identificaciones que respondían a muy diversos criterios cruzados
y complejos ("rockeros", "mickeys",
"intelectuales", "palestinos", "rastas",
"frikies", "reparteros", "jineteras",
"barbies", etc.). Aunque muchas identidades tradicionales
siguen teniendo sentido (obrero e intelectual, por ejemplo), en ciertos
contextos, otras categorías, como estudiante, resultaban poco diferenciadoras
de un "otro" significativo en las difíciles situaciones sociales y
económicas que el país atraviesa (De la Torre, 2007). Me refiero a la
heterogeneidad interna debido, precisamente, al alto número de personas que
estudian* .
Cuando un
niño o una niña nacen en la Pampa de José Hernández, en el México de Hidalgo o
en la América de Simón Bolívar y José Martí, conocen, aman, se identifican y
hasta mueren por una tierra, una cultura, un símbolo o un valor. No los tienen
que crear (aunque sí recrear y enriquecer), están ahí esperando por ellos, por
sus lecturas, afiliaciones y rupturas. Pero estas identidades, por muy hechas,
profundas o estables que resulten, también tuvieron sus procesos de
construcción, y pueden cambiar, crecer o hasta desaparecer, como ocurrió en la
antigua Unión Soviética. En este sentido, como ha planteado Manuel Castells
(1998), es fácil estar de acuerdo en que todas las identidades son construidas.
El caso es entender cómo, desde qué, por quién y para qué.
El reto es,
también, conocer y entender cuáles son y cómo se han formado -o destruido- las
nuevas y viejas identidades; así como el costo y sentido que estos procesos han
tenido para la población en general.
Para resumir
este punto, se puede decir que una identidad colectiva se ha formado, que un
grupo humano se ha constituido como identidad para los otros y para sí, cuando
este se logra pensar y expresar como un "nosotros" y, de alguna u
otra manera, puede compartir rasgos, significaciones y representaciones, así
como desarrollar sentimientos de pertenencia, todo lo cual se expresa en
procesos discursivos que nombran y dan sentido a estos espacios socio
psicológicos. Igualmente quisiera resumir que la formación de nuevas
identidades no es algo que se "enseña" o transmite a sujetos que
reciben, sin resistencia, lo que se les inculca. Por el contrario, la formación
de nuevas identidades tiene que ver con sujetos activos, comunicándose y
actuando en contextos socioculturales. De acuerdo a como he tratado de entender
estos procesos desde la concepción histórica y cultural, las interacciones
humanas no se pueden abordar al margen del lenguaje, de su desarrollo
histórico, de las actividades conjuntas con el entorno material, ni de la
influencia de relaciones de poder.
Yo he venido
aquí invitada por la Facultad de Educación para impoartir una charla acerca de
la importancia de las identidades en la educación rural desde la perspectiva de
los derechos humanos. Este es un tema que no voy a repetir acá. Pero debo decir
al menos que la UNESCO (1996) ha planteado que se trata de aprender a vivir
juntos desarrollando el conocimiento de los otros, de su historia, de sus
tradiciones y su espiritualidad. También, y a partir de allí, crear un nuevo
espíritu, que, precisamente, gracias a esta percepción de nuestras
interdependencias crecientes, impulse a la realización de proyectos comunes o
bien a un manejo inteligente y pacífico de los inevitables conflictos.
Pues bien,
es imposible la realización de proyectos conjuntos sin la existencia de
identidades, porque estas son las que nos hacen sentir que compartimos, con
otros, metas y aspiraciones comunes. Los objetivos educativos más universales
serían imposibles sin la contribución de la educación a la construcción de
identidades tanto individuales como colectivas, mediante la inserción y
participación creativa de todos en la cultura.
El hecho de
compartir la pertenencia a un grupo – ha dicho Morín, (1999) - transforma la
relación entre las personas de una manera que permite la acción colectiva
coordinada y eficaz, pues, cuando las personas consideran que los demás
pertenecen a su misma categoría, es más probable que experimenten confianza y
respeto y que cooperen con ellos. Por eso la educación debe participar
protagónicamente en la construcción de identidades. Todos tenemos el derecho a
recibir la herencia cultural que nos precede, y a apropiarnos libre y
creativamente -desde esos referentes- de todo lo nuevo que nos pueda aportar la
cultura en su sentido más amplio.
Nadie tiene
que aceptar que se le enseñe TODO desde referentes ajenos, que depositan el
conocimiento como si los alumnos fueran recipientes vacíos, cosa que también
(¡y muy bien!) ha criticado Rogers (1980). Cientos de estudios dan cuenta de
los falsos retrasos e "inculturas" que resultan de la incapacidad
para apreciar el valor de los conocimientos que están encerrados en las
diversas culturas, aunque no se trate de las culturas dominantes. No es pequeño
el reto que estos problemas nos plantean.
Las culturas
viven y vivirán en diálogo, al igual que las identidades –que no son otra cosa
que un producto cultural. Desde este punto de vista considero que cualquier
esfuerzo profesional o académico tiene sentido si contribuye, aunque sea un
poco, a que el mundo sea más justo y a que en el mismo puedan convivir las
diversas identidades con respeto a la diversidad.
Con
independencia de las diferencias que existen entre nuestros países, entre mi
realidad cotidiana y la vuestra, creo que estas preocupaciones pueden ser, de
alguna manera, compartidos por todos. El reto mayor es tratar de enfrentar los
peligros del fanatismo de algunas identidades y a la vez la necesidad de su
existencia como proceso importante de construcción de sentido y de salvaguarda
de la riqueza y diversidad de nuestro mundo actual.
La defensa
de la identidad universal del ser humano y a la vez de la posibilidad de la
diferencia dentro del respeto a los derechos de todos es y debe ser una de las
aspiraciones más importantes de los psicólogos y psicólogas y de todos los
científicos sociales, como hombres y mujeres comprometidos con la preservación
del medio ambiente, la cultura y la humanidad.
Medellín,
2007.
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